Para ser feliz sólo hace falta tomar la decisión de serlo. La felicidad no depende de terceros, de cosas materiales, fama o relaciones. La felicidad depende de una actitud interior ante la vida, de una decisión personal.
Por lo general, nos concentramos más en el tener y el hacer, que en el ser.
Esto es algo que nos limita y acaba amargando la vida, porque nos lleva a no prestar la atención necesaria a lo que esperamos de la vida y en qué estamos dispuestos a dar de nosotros mismos para lograr la felicidad.
No establecemos un punto de partida, un momento de reflexión sobre lo que es importante para nosotros, y vivimos la vida sin ponernos metas y objetivos y perseguirlos. ¿Por qué no decidimos ser felices? Deberíamos realizarnos un autoanálisis para asegurarnos de si estamos poniendo esfuerzo en conseguir aquello que nos satisface, si estos esfuerzos están orientados a satisfacer nuestras necesidades auténticas, o si por el contrario sólo nos dejamos guiar por caprichos impuestos por el entorno. ¿Por qué nos fijamos tanto en la felicidad de los demás? Todo ser humano se expone a caer en la trampa que la vida moderna nos impone, al hacernos creer que vivir en pareja es lo único que nos puede hacer felices. Nos concentramos más en los triunfos de los demás que en seguir nuestros propios triunfos. No hemos aprendido a categorizar a los demás para marcar una diferencia en nuestra propia vida y en la vida de los demás, pensamos siempre en quienes tienen más suerte que nosotros, o en la persona que a “pesar de tanto daño que nos ha hecho, es tan feliz”.
Tenemos la capacidad de disfrutar de las personas que están presentes en nuestra vida, aun así, nos lamentamos por quien ya no está. Tenemos la capacidad de centrarnos en lo que tenemos por delante, la capacidad de otorgarnos a nosotros mismos una completa atención pensando en nuestra propia felicidad.
La felicidad es un estado mental, una decisión personal. Entonces, ¿por qué escogemos llorar por tiempo indefinido? ¿Por qué renunciamos a la posibilidad de ser felices con lo que tenemos y con quienes están en nuestro entorno?
Por lo general, nos concentramos más en el tener y el hacer, que en el ser.
Esto es algo que nos limita y acaba amargando la vida, porque nos lleva a no prestar la atención necesaria a lo que esperamos de la vida y en qué estamos dispuestos a dar de nosotros mismos para lograr la felicidad.
No establecemos un punto de partida, un momento de reflexión sobre lo que es importante para nosotros, y vivimos la vida sin ponernos metas y objetivos y perseguirlos. ¿Por qué no decidimos ser felices? Deberíamos realizarnos un autoanálisis para asegurarnos de si estamos poniendo esfuerzo en conseguir aquello que nos satisface, si estos esfuerzos están orientados a satisfacer nuestras necesidades auténticas, o si por el contrario sólo nos dejamos guiar por caprichos impuestos por el entorno. ¿Por qué nos fijamos tanto en la felicidad de los demás? Todo ser humano se expone a caer en la trampa que la vida moderna nos impone, al hacernos creer que vivir en pareja es lo único que nos puede hacer felices. Nos concentramos más en los triunfos de los demás que en seguir nuestros propios triunfos. No hemos aprendido a categorizar a los demás para marcar una diferencia en nuestra propia vida y en la vida de los demás, pensamos siempre en quienes tienen más suerte que nosotros, o en la persona que a “pesar de tanto daño que nos ha hecho, es tan feliz”.
Tenemos la capacidad de disfrutar de las personas que están presentes en nuestra vida, aun así, nos lamentamos por quien ya no está. Tenemos la capacidad de centrarnos en lo que tenemos por delante, la capacidad de otorgarnos a nosotros mismos una completa atención pensando en nuestra propia felicidad.
La felicidad es un estado mental, una decisión personal. Entonces, ¿por qué escogemos llorar por tiempo indefinido? ¿Por qué renunciamos a la posibilidad de ser felices con lo que tenemos y con quienes están en nuestro entorno?
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