Es posible aprender a mirar con buenos ojos la felicidad de otros, aun cuando la vida nos esté dando la espalda, y por tu propio bien te conviene proponértelo. ¿Sabes por qué? Porque…
En la medida que aprendemos a alegrarnos por la felicidad de los demás, nuestra propia vida mejorará. Cuando nos falta algo y logramos aceptar que los demás lo tengan aun sin merecerlo, Dios y la vida misma nos acaba dando mucho más de lo que deseamos. Cuando la envidia deja de corroernos por dentro y fuera, la luz nos ilumina y el amor puede llegar a nuestra vida y parecer un cuento de hadas (aunque bien es cierto, habrá noches que a las doce retorne a sapo).
Depende de ti mismo que cada día sea especial, es algo que te tienes que proponer tú mismo. Así, tal vez, la próxima vez que sientas cosquillas en tu estómago y tu corazón hecho un volcán, no sea por envidia sino por tu propia felicidad y la de los demás.
Porque al final todo lo que se desea para los demás… ¡a nosotros se nos revierte y por partida doble!
No hay comentarios:
Publicar un comentario