A nadie le gusta equivocarse, y reconocerlo es algo que muchas veces nos cuesta hacer.
Los errores son parte de la vida y nos brindan la oportunidad de ser mejores aprendiendo de la experiencia y aceptando consecuencias. No tengamos miedo a reconocer lo que hicimos mal, con el tiempo descubrirás que es la mejor manera de aprender de la vida, de tu vida.
El caminar tiene sus tropiezos y caídas, pero esto no significa que haya que dejar de dar pasos. Equivocarse trae muchas ventajas, si aprendemos a mirar lo que sucede con buenos ojos.
Duele equivocarnos. Pero a veces nos duele más reconocerlo… Es una sensación inexplicable de dolor en el alma. Pasamos entonces a tener una mezcla de sentimientos revueltos en la panza y aunque deseemos reconocer que nos equivocamos, nos rendimos ante la facilidad del no hacerlo.
No nos gusta desacomodarnos. Queremos seguir teniendo la “razón” así cueste, el orgullo no permite que salgamos de nuestra posición y allí nos enredamos y nos desgastamos intentando creer que no nos hemos equivocado, o que si lo hicimos, fue de una forma pequeña, vemos tan borroso, que preferimos creer que no hay nada de mancha en el horizonte. Pero… ¡Nos equivocamos!
El orgullo y el no querer vernos en nuestra condición de seres en proceso de construcción pueden llenar de lodo nuestros pasos. Si nos equivocamos, nada hay de malo en reconocerlo y aceptar las consecuencias, todo lo contrario, ello nos llena de mayor valor: necesitas de más determinación y valentía para mirarte a ti mismo antes que mirar a los demás.

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